En varios aspectos personales, soy un caos, y eso no es secreto.
Se nota a leguas que dejé de peinarme hace tiempo (ahora, mi cabello luce hermoso, como él solo (y sólo) sabe, sin gel). Mis conocidos cercanos (y aquellos no tan cercanos) saben que, hace tiempo, rara vez llevo un par de calcetines. Generalmente no me interesa si mi ropa combina con mis ojos (es fácil resolver eso: compré varias playeras azules <img src='http://blog.mautematico.com/wp-includes/images/smilies/icon_wink.gif' alt=';)' class='wp-smiley' /> ). En mi cuarto, todos los cajones pueden contener cables. Todos.
¡Ah! Y siempre llevo el dinero en la bolsa o, en su defecto, en la mochila. Desgraciadafortunadamente, eso termina hoy: Tengo cartera nueva.
Como seguro ya sabes, mis padres son católicos (si no lo sabías, vete ahora mismo. :’( ), como sus familias lo han sido por generaciones, entonces en mi familia hay costumbres católicas igual que en muchas otras del país. Algunas de ellas son hacer un nacimiento, tener una cena navideña en familia, y, por supuesto, engañar a los pequeños regalándoles juguetes/otras cosas cuando se puede, la madrugrada del 6 de enero. Este año, aunque ni soy pequeño ni engañado, me han obsequiado una bolsa con dulces y una linda cartera para que, al fin, tenga un lugar donde guardar mis centavos.
Al ver los dulces dentro de la bolsa (en realidad, desde que desperté) vino a mi mente la imagen del frasco con pequeños chocolates de algún año anterior. Aún tengo el frasco y hasta encontré el corcho, pero ya no me quedan de aquellos chocolates. En la bolsa había algunos de la misma marca y sabor. Planeo colocar unos cuantos en el frasco.
Hablando de carteras: En mi vida he tenido pocas. En realidad, diré que he tenido dos, porque es lo que recuerdo. La segunda fue una que creí quitarle a mi padre:
*Entra papá, como presumiendo, con una cartera color gris en la mano, de esas de tela que estaban de moda. Se sienta en el lugar de costumbre, y juega con la cartera un rato, hasta que la guarda, como fingiendo que la esconde*
Mauricio: –¡Orale, a ver!
Rafa: –Qué… ¿Te gusta mi nueva cartera?
M: –Seguro que no es tuya, ya tienes dos.
R: –Es cierto, pero conseguí esta y me gustó… ¿Te gusta?
M: –¡Muéstramela! **Arrebata la cartera**
M: –¿Vas a regalarmela?
R: –Si la quieres, tal vez.
M: –Entonces, ¡es mía!
R: –Sabía que la querrías.
¡¡¡MENTIRA!!! no sabía eso, porque yo no querría una cartera. No usaba cartera desde que crecí un poco como para presumirle a mis amigos la que tenía: Una brillante cartera con una imagen plástica del sorprendente Hombre Araña. Solamente quería que me la quedara, para dejar de guardar mi dinero en la bolsa.
Así como dejé de usar la primera porque crecí y se rompió, dejé de usar la segunda. Ésta es mi tercer cartera.
Mi nueva cartera tiene varias localidades del tamaño de tarjetas de crédito, una como para guardar pequeños papeles, una más para guardar papele$$, un escondite secreto cuya ubicación no revelaré todavía, y un broche de botón, de esos que cierran a presión. A decir verdad, el broche me parece un tanto femenino.
Las cosas no han cambiado mucho todavía: Ya transferí el dinero de debajo de mi lámpara y de dentro de mis bolsas a mi nueva cartera. Igual hice con la tarjeta de débito. De nuevo, ya no guardo más el dinero en la bolsa o en la mochila, ahora lo guardo en la billetera… y la billetera, la guardo en la bolsa o en la mochila.