Hace algún tiempo dejé este borrador guardado por ahí, seguro que algún día me sentaría a escribir, al menos, más que solo el título. ¿No sabes de que hablo? Ni te aflijas, no hace falta que me entiendas el día de hoy.
Cerca del fin de las vacaciones de invierno pasadas, acepté una propuesta de lo que podría decirse que es mi primer trabajo: Instalar un sistema de punto de venta en una mercería, y hacer el inventario inicial (claro, la tarea de contar tooodos y cada uno de los listones y estambres se supone que no es mía, gracias a la cordura de la dueña ).
Lo del trabajo no es muy relevante el día de hoy. No viene al caso, pero de ahí surge el título del presente post .
(léase con la voz que Mauricio (yo) tendría a eso de los seis años, un casi típico niño norteamericano –pero, por fortuna, no estadounidense-, un pequeño criollo educado bajo la tutela de sus padres, ambos católicos). Desde pequeño, la comida no ha sido justamente el dolor de cabeza que he causado a mis padres. A pesar de los normales refunfuños que se me escapaban cuando una comida no me resultaba apetitosa, creo que era capaz de probar lo que mis padres trajeran a la mesa.
Más de alguna vez me sentía lleno, o simplemente había cosas más interesantes por hacer que sentarse a comer calabazas sin quesito o carne .
Ja! Incluso llegué a probar rata de campo asada en alguna ocasión que acompañé a papá y a sus amigos disque al cerro…
Y que con eso? Es fácil. Mi gran enemigo, desde que puedo recordar, ha sido la sopa de habas (mamá la llama caldo de habas). Sí, y por la simple razón de que su aspecto me resulta incluso desagradable … Nooo!! Habas noo, por favor!
En serio, más de alguna vez le supliqué a mi mami que no me hiciera comer habas. Algunas veces prefería comer frijoles, otras no comer.
En casa me enseñaron que la comida no se tira. Si te lo sirves, te lo comes (suerte que a veces lograba evitar las habas en mi plato jeje)
Ah!! Pero estaba en mi trabajo. Uno de los primeros días, era la hora de comer, entonces Toña fue por un par de platos de comida, uno para Lupe y otro para mi (seguramente ella había comido en su casa, que está relativamente cerca del lugar). La orden incluye un guiso (carne, casi siempre), un vaso de agua, tortillas.. ¡Y SOPA! No jodas, escuché a Toña responder la pregunta de Lupe con un “Creo que la de hoy es sopa de habas”
Oh sí, imagínate mi expresión jaja. Pero, soy un hombre fuerte, una sopita no iba a detenerme!
Al final, me animé a probarla: Lo peor que puede pasar es que siga sin gustarme. Además, esta no tiene el clásico toque de mamá (ella suele hervir y hervir las habas hasta que practicamente se hacen polvo ellas solas… un día le dije que parecían popo de pollo ). Una cucharadita y… ¡MANGOS!
Sopita caliente y crujiente… no mames, me gustó! .
¡Sí, señor! Cuando mamá prepare su caldo de habas, lo comeré . De todos modos ya le conté cual es la diferencia entre su caldo y la sopa que probé jeje.
(P.D: aay wey… todavia me da asco esa foto jajaja… –no se como le hice para probar la crema de elote y la de champiñones jaja-)